¿Enfermedad de la democracia o apertura ciudadana?

María José Martínez Herrera

En América Latina los antecedentes de las candidaturas independientes forman parte de una grande y exitosa lista, a excepción de algunos fracasos. Los ejemplos de Alberto Fujimori, ex presidente peruano que llegó a la presidencia desde la candidatura independiente presentado por la asociación ciudadana Cambio 90 (que ojalá no hubiera llegado); Álvaro Uribe, presidente de Colombia que llegó al poder gracias al movimiento social Primero Colombia e inclusive Lucio Gutiérrez, presidente ecuatoriano durante el período 2003-2005. Entre esos, otros ejemplos de aproximaciones hacia las candidaturas independientes pero que se han quedado a medio camino.

Pareciera que por tratarse de candidatos sin fuerza política que los respalde, tienen mucho más difícil la situación a comparación de los partidos que han permanecido por años en el poder de cierto país. Pero no, resulta que la desconfianza y la incredulidad ante los sistemas políticos, así como la conducta apolítica de los ciudadanos, y la forma en cómo se ha manejado la “democracia” en América Latina, han mermado la gobernabilidad y han dejado un abaratamiento político en donde, UNA VEZ MÁS, se resuelve lo urgente y no lo importante.

No es cuento chino el saber que la democracia en México está enferma. Débil, busca alternativas para no morir. Se aferra a la moción “larga vida al demos por el demos”. Es el ideal del pueblo por el pueblo y para el pueblo, defendiéndose, incansablemente. Entonces, ¿en dónde entran las candidaturas independientes?

Durante los foros Compromiso por México, que intentan poner en discusión moderada a la propuesta de reforma electoral, Daniel Zovatto, director para América Latina del IDEA (Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral), calificó a las candidaturas independientes como un síntoma demagógico.

Zovatto aseguró que de ser aprobadas las candidaturas se estaría incurriendo en un grave error que sólo causaría un problema aún mayor de ingobernabilidad. Sugirió que es necesaria la reestructuración de los partidos y no restarles fuerza mediante este tipo de propuestas. Defendió su argumento al añadir que no siempre los ciudadanos son los buenos y los políticos los malos, sino que cualquiera que tenga intenciones personales y caprichos enfermos, es capaz de pasar por encima de personas, destruyendo valores e ideales políticos.

La fuerza del pueblo está en el voto y en la participación ciudadana activa, eso combinado con mejores partidos y más política sería la tarea de México ante la reforma electoral.